LA GEOESTRATEGIA DE LAS PRINCIPALES POTENCIAS: LA GUERRA EN UCRANIA, LA POSICIÓN DE CHINA EN EL SISTEMA INTERNACIONAL, Y EL INTERÉS NACIONAL DE ESTADOS UNIDOS EN EL NOROESTE DE ÁFRICA
La geoestrategia es un ámbito específico dentro de la geopolítica que describe la orientación geográfica de la política exterior de los Estados, es decir, hacia dónde proyectan su poder militar y su actividad exterior, lo que incluye los medios, procedimientos y acciones para conseguir los fines de dicha política. Así pues, el presente artículo constituye una serie de reflexiones geoestratégicas de las políticas exteriores de las principales potencias actuales. No pretende ser exhaustivo, sino más bien presentar una visión panorámica de los movimientos que estos Estados han estado llevando a cabo en los últimos años de acuerdo con sus respectivos objetivos internacionales.
La cuestión de Rusia y su guerra en Ucrania es bastante compleja. El problema no viene de 2014, sino de la misma desaparición de la URSS. Este acontecimiento fue un muy mal trago para la élite dirigente rusa del cual no se ha repuesto. Rusia viene a ser una suerte de nación agraviada al considerar que no es respetada por los principales países del sistema internacional (EEUU y los europeos), y que por ello no recibe el trato que debería recibir. Se sienten humillados, sobre todo porque no lograron integrarse en las estructuras económicas y políticas de Occidente. Como consecuencia de esto, durante la segunda etapa de la presidencia de Yeltsin, la política exterior rusa adquirió un carácter más nacionalista que se concretó en la denominada doctrina Primakov, que se corresponde al nombre del entonces ministro de asuntos exteriores ruso. Dicha doctrina estableció como objetivos mantener la primacía de Rusia en el espacio postsoviético, la reforma del sistema internacional mediante la disminución de la influencia y el peso político de EEUU para que no pueda ejercer la hegemonía, detener la expansión de la OTAN, y recuperar el estatus de gran potencia. Estas grandes líneas de acción exterior de Rusia se han mantenido desde entonces [Primakov, Yevgeny M., «Международные отношения накануне XXI века: проблемы, перспективы» (Las relaciones internacionales en vísperas del siglo XXI: problemas, perspectivas), en Shakleina, Tatiana A. (Ed.), Внешняя Политика И Безопасность Современной России 1991–2002 (Política exterior y seguridad de la Rusia moderna 1991-2002), Moscú, РОССПЭН, 2002, Vol. 1, pp. 193-203. Rumer, Eugene, The Primakov (Not Gerasimov) Doctrine in Action, Washington DC, Carnegie Endowment for International Peace, 2019].
Putin fue muy claro desde el primer momento cuando se hizo con la presidencia del gobierno en 1999. En su primer discurso, a finales de dicho año, afirmó públicamente que su principal objetivo consistiría en devolverle a Rusia el estatus de gran potencia mundial [«Россия на рубеже тысячелетий» (Rusia en el cambio de milenio), Независимая Газета, 30 de diciembre de 1999]. De ahí en adelante se produjeron una serie de desencuentros con Occidente que llevaron a un progresivo alejamiento de Rusia. Las revoluciones de color a principios del s. XXI sentaron muy mal en el Kremlin. Especialmente lo ocurrido en Ucrania donde amañaron las elecciones para que saliera elegido el candidato pro-ruso. Se descubrió el fraude y repitieron las elecciones con supervisión internacional para que hubiese juego limpio, y no ganó el candidato pro-ruso. A partir de entonces Ucrania se fue acercando más y más a Occidente. Incluso con Yanukovich, que es considerado un pro-ruso, ese acercamiento continuó, pero a un ritmo menor, ya que entendía que este proceso de integración en Occidente no podía hacerse a costa de enemistarse con Rusia. Pero esta política exterior tenía sus limitaciones, y esto se vio en 2014 cuando bajo presiones de Rusia decidió retirarse del acuerdo de zona de libre comercio de alcance amplio y profundo con la UE para, por el contrario, meterse de lleno en la Unión Económica Euroasiática (UEE) comandada por Rusia. En ese momento estallaron las protestas populares y se produjo el derrocamiento de Yanukovich que no tardó en huir a Moscú. Esto no gustó nada a Rusia que vio en este movimiento político dentro de Ucrania una amenaza a su base naval en Crimea, lo que condujo a la ocupación y anexión de esta península, además de la ocupación de gran parte del Donbás. Al mismo tiempo significó el fracaso de la UEE. El resto de la historia fue un mayor acercamiento de Ucrania a Occidente con un conflicto latente en el este del país.
La mayoría de especialistas en relaciones internacionales coinciden en que la invasión de 2022 fue un error de cálculo por parte de los líderes rusos. Sobrevaloraron las capacidades de Rusia e infravaloraron las capacidades de Occidente y de Ucrania. De hecho, los asesores del Kremlin, aún después de comprobarse que la operación inicial fue un fracaso y que no lograron descabezar al gobierno ucraniano, contaron con que la unidad de los países occidentales se resquebrajaría a principios de 2023, lo que crearía un escenario propicio para Rusia de cara a hacer valer sus reivindicaciones territoriales. Esto es lo afirmado, por ejemplo, por Dmitry Suslov [Valentino, Paolo, «Dmitrij Suslov: «La fine della guerra in Ucraina è lontana. Il voto italiano cambierà il conflitto»», Corriere della Sera, 23 de agosto de 2022]. Finalmente, no ha sido así, pero esto no ha impedido que en el Kremlin sigan pensando que el tiempo es una baza a su favor que contribuirá a romper los apoyos a Ucrania. Al margen de estas consideraciones especulativas que hacen los asesores del Kremlin, hay algo innegable que no pueden ocultar, y es que en menos de un año Rusia ha perdido más soldados en Ucrania que durante nueve años de ocupación de Afganistán. Este dato deja bien claro lo catastrófica que está siendo esta guerra para Rusia teniendo en cuenta que contaba con un ejército superior al de Ucrania. Por tanto, incluso si la cada vez más remota victoria rusa llegase a producirse, esta sería con un coste enorme.
De todos modos, lo fundamental es que la motivación de fondo de la invasión es recuperar una esfera de influencia propia en Europa oriental y consolidarse como polo de poder en Eurasia para ser reconocida como gran potencia por EEUU (no hay que olvidar que EEUU le negó a Rusia este estatus de forma explícita en 2014 al comenzar a considerarla una potencia regional [Borger, Julian, «Barack Obama: Russia is a regional power showing weakness over Ukraine», The Guardian, 25 de marzo de 2014. Yoo, John, «Russia: A Great Power No More», National Review, 8 de marzo de 2014]). Pero han conseguido lo contrario, lo que le da un carácter trágico a todo esto (las tragedias griegas si se caracterizan por algo es por mostrar una historia en la que el protagonista consigue con sus acciones justamente aquello que quería evitar a toda costa, de ahí que el tema de fondo que las sobrevuela sea el dilema de si existe o no un destino predeterminado). Hoy Ucrania está más armada que nunca; los ucranianos están más unidos entre sí, pero también con su Estado; los países occidentales están más unidos que antes de la guerra; la OTAN ha ampliado su frontera con Rusia y se ha fortalecido con la entrada de Finlandia, y previsiblemente se fortalecerá aún más con la adhesión de Suecia; a esto hay que sumar la disposición de los miembros de la OTAN a que Ucrania se sume a la alianza, lo cual podría ocurrir aún estando en guerra con Rusia a tenor de las declaraciones del secretario general, Jens Stoltenberg, en su visita a Ucrania. De modo que, si Rusia quería impedir que Ucrania terminase ingresando en la OTAN, parece que con sus acciones está consiguiendo justamente lo contrario.
Por otro lado, el comportamiento de Rusia con Ucrania tampoco es sorprendente. Es fruto de dos acontecimientos. Primero, la independencia de este país dejó estupefactos a los líderes rusos, lo que supuso una ruptura a nivel emocional considerable de lo que históricamente había sido un territorio fronterizo del imperio ruso. De hecho, consideraron que la independencia de Ucrania era algo eventual, y que en el futuro se reincorporaría a Rusia. Y por otro lado está el acuerdo por el que Ucrania accedió a renunciar a las armas nucleares que había en su territorio a cambio del reconocimiento por parte de Rusia de su soberanía e integridad territorial. Si Ucrania no hubiese renunciado a esas armas hoy no estaría invadida. Hay que recordar que Bill Clinton contribuyó en gran medida a este escenario al persuadir a los líderes ucranianos para que renunciaran a estas armas.
Ciertamente Rusia tiene el mayor arsenal de armas nucleares. Pero después de un año de conflicto hemos comprobado que las amenazas veladas de Putin, y las amenazas más o menos explícitas de otros miembros del gobierno ruso, acerca del uso de estas armas han resultado ser una estrategia mediática dirigida a amedrentar a las audiencias occidentales con el propósito de resquebrajar el apoyo a Ucrania. En general Rusia se ha desacreditado de un modo desorbitado, tanto por la invasión como por el uso de la retórica nuclear. Dicho esto, hoy por hoy muy poca gente entre los altos funcionarios de defensa y de la diplomacia de los principales países que apoyan a Ucrania considera probable que Rusia utilice el armamento nuclear. De hecho, se le ha advertido a Rusia de que, en caso de utilizar estas armas, que probablemente serían tácticas y que de poco le servirían en términos militares para alzarse con la victoria, EEUU y otros países de la OTAN intervendrían en el conflicto con la destrucción de todas las fuerzas militares rusas desplegadas en Ucrania y en el Mar Negro. Rusia no quiere esto.
Aunque existe el riesgo de que las armas nucleares sean utilizadas, la doctrina nuclear rusa establece que su uso se contempla cuando la existencia del Estado ruso está amenazada, lo que significa un umbral relativamente alto. En 2022 se especuló con que los procesos de anexión de las provincias ucranianas conquistadas podrían servir de justificación para desplegar este tipo de armas y emplearlas contra los ucranianos. No ha sido así. Realmente el principal peligro que entraña esta guerra es, además de su prolongación en el tiempo, que se extienda a otros países. Un escenario así crearía gran inestabilidad y podría alimentar una escalada bélica que desembocase en un enfrentamiento directo entre EEUU-OTAN y Rusia.
Independientemente del resultado final de la guerra, el futuro de Rusia es muy sombrío, aunque este ya lo era antes de la invasión. De hecho, diferentes académicos ya constataron hace años que es un país en declive [Wimbush, S. Enders y Elizabeth M. Portale (Eds.), Russia in Decline, Washington DC, The Jamestown Foundation, 2017]. Esto se constata en el ámbito demográfico, con un declive bastante pronunciado, una economía disfuncional y una gran dependencia tecnológica (antes con Occidente y ahora con China). A partir de 2015 se orientó hacia Asia por una razón de oportunidad debido a las sanciones occidentales. Esto se concretó en la cumbre con China en mayo de aquel año y en el desarrollo de su asociación estratégica. Ahora Rusia es cada vez más dependiente de China, y lo seguirá siendo en el futuro, lo que implicará el aumento de la influencia china sobre Rusia, de ahí que comience a considerarse que Rusia se ha convertido en un Estado vasallo de China [Gabuev, Alexander, «China’s New Vassal», Foreign Affairs, 9 de agosto de 2022].
Si bien es cierto que las sanciones occidentales impuestas a partir de 2022 han sido severas, los tecnócratas rusos están haciendo una labor muy buena al mantener la economía a flote a pesar de la situación. A esto se suma que terceros países le están suministrando a Rusia componentes tecnológicos y manufacturas que antes compraba a Occidente, lo que contribuirá a alargar la guerra en Ucrania. Pero no hay que engañarse, por mucho apoyo que reciba Rusia, este está produciéndose en su mayor parte de forma oculta para evitar las represalias occidentales en forma de sanciones, y se produce en unos términos perjudiciales para Rusia al tener que pagar más por determinados bienes y servicios que antes recibía de Occidente. Además, salvo los casos de Irán y Corea del Norte, estos apoyos, u oportunidades de negocio, según se mire, no incluyen armamento. Y por otro lado los países occidentales que apoyan a Ucrania suman un PIB conjunto que es abrumadoramente superior al de Rusia, y son los que llevan las de ganar en todo esto. De ahí que estén intentando asestarle a Rusia una derrota estratégica para dejarla fuera de la competición de las principales potencias del sistema internacional [Bertrand, Natasha, Kylie Atwood, Kevin Liptak y Alex Marquardt, «Austin’s assertion that US wants to ‘weaken’ Russia underlines Biden strategy shift», CNN, 26 de abril de 2022. Biden Jr., Joseph R., «Remarks by President Biden on the United Efforts of the Free World to Support the People of Ukraine», The White House, 26 de marzo de 2022]. El principal problema de estos países es su capacidad de producción de municiones y armamento debido a que esta menguó considerablemente al finalizar la Guerra Fría. EEUU es un claro ejemplo donde las industrias se consolidaron por medio de fusiones y la desaparición de las compañías más pequeñas, y ahora esto es una dificultad para abastecer a Ucrania y derrotar lo antes posible a Rusia [Roland, Alex, The Delta of Power: The Military-Industrial Complex, Baltimore, Johns Hopkins University Press, 2021]. Una guerra de desgaste es problemática para todas las partes, por eso la importancia de resolver cuanto antes la situación en el campo de batalla.
En última instancia la política de Rusia en Ucrania puede considerarse un intento de desarrollar una política exterior de gran potencia que excede notablemente sus capacidades internas. En este tipo de situaciones es el medio internacional el que corrige este comportamiento, y lo que finalmente pondrá a Rusia en el lugar que le corresponde: el de una potencia regional en declive. Si la guerra concluye con una derrota de Rusia que implique su expulsión de Ucrania, esto no significará necesariamente el final del conflicto como tal por dos razones principales: 1) la anexión de territorios ucranianos constituirá en el futuro una reivindicación rusa, pues en el fondo Rusia no reconoce que Ucrania tenga derecho a existir como país soberano. 2) La élite rusa está comprometida con la reconstrucción imperial de su país, y entiende que está librando una guerra existencial. Esto significa que cualquier cambio en la cúpula dirigente del país no significará necesariamente la renuncia a esas ambiciones imperiales. Quizá pudiera añadirse una tercera razón, y esta es que una normalización de las relaciones entre Occidente y Rusia es menos probable si finalmente Ucrania ingresa en la OTAN como así pretenden los miembros de la alianza.
A tenor de lo antes expuesto, la presencia rusa en África difícilmente va a ampliarse más allá del ámbito diplomático con posibles nuevos acuerdos comerciales de diferente naturaleza, a lo que podría sumarse cierto apoyo en el terreno de la seguridad a través de compañías de mercenarios (hay que decir que el Grupo Wagner no está pasando por sus mejores momentos, y no es descartable que sea liquidado en un futuro no muy lejano), y la venta de armas. La baza de Rusia es la de extender su influencia a costa de la retirada francesa de la región del Sahel, y al mismo tiempo lograr atraer a los países africanos a nivel diplomático para que apoyen la posición rusa en Ucrania. En escenarios más conflictivos, como Libia, continuará apoyando al general Hafter, pero la situación está enquistada. Es difícil hacer un pronóstico acerca de la evolución futura de la presencia rusa en África, pero dado el deterioro de la posición internacional de este país y la atención y recursos que está destinando a la guerra en Ucrania, es poco probable que sufra cambios significativos y se limite a, en la medida de lo posible, generar problemas a EEUU y Europa, y lograr acercamientos diplomáticos que socaven la influencia occidental en la región.
En cuanto a China soy de la opinión de que es una potencia que ya ha alcanzado la cúspide de su poder, y que ahora se encuentra en el comienzo de su declive. Esta idea no es del todo nueva. Diferentes investigadores se han referido a esto desde hace tiempo desde distintos puntos de vista [Lynch, Daniel, «The End of China’s Rise: Still Powerful but Less Potent», Foreign Affairs, 11 de enero de 2016. Gorrie, James R., The China‘s Crisis: How China‘s Economic Collapse Will Lead to a Global Depression, Hoboken, Wiley, 2013. Beardson, Timothy, Stumbling Giant: The Threats to China‘s Future, New Haven, Yale University Press, 2013. Pettis, Michael, The Great Rebalancing: Trade, Conflict, and the Perilous Road Ahead for the World Economy, Princeton, Princeton University Press, 2013, pp. 69-99. Shirk, Susan L., China: Fragile Superpower, Nueva York, Oxford University Press, 2007. Chang, Gordon H., The Coming Collapse of China, Londres, Random House, 2002. Brands, Hal y Michael Beckley, «China Is a Declining Power—and That’s the Problem», Foreign Policy, 24 de septiembre de 2021]. Lo preocupante es las consecuencias que pueden derivarse de esto. Algunos académicos plantean que puede desencadenar una guerra mundial como reacción de los líderes chinos ante el temor a un descenso abrupto de su poder en la esfera internacional [Beckley, Michael y Hal Brands, Danger Zone: The Coming Conflict with China, Nueva York, Norton, 2022]. Ciertamente ese riesgo existe, e independientemente de que China esté en declive o no, la posibilidad de una guerra con EEUU es algo que distintos expertos han abordado como un escenario probable. Ahí está la idea de la trampa de Tucídides formulada por Graham Allison, que describe la tendencia a la guerra cuando una potencia emergente amenaza con desplazar a una potencia hegemónica regional o internacional [Destined for War: Can America and China Escape Thucydides’s Trap?, Boston, Houghton Mifflin Harcourt, 2017].
Aunque las investigaciones sobre una guerra entre EEUU y China basadas en el concepto de la trampa de Tucídides de Graham Allison han proliferado desde que este presentó su idea en 2012 [«Thucydides’s trap has been sprung in the Pacific», Financial Times, 21 de agosto de 2012], estos trabajos tienen un carácter bastante especulativo al utilizar un marco de análisis fundado en teorías de las relaciones internacionales que tienen su origen en Occidente. Si bien es cierto que recurren a una serie de hechos para sustentar sus hipótesis, el procedimiento es más bien deductivo. Sin negar el valor de estas contribuciones, es preferible adoptar una aproximación más empírica a través de un procedimiento inductivo y ver qué es lo que realmente dicen y hacen los líderes chinos. Los resultados de este procedimiento son mucho más fructíferos. En marzo de 2021 el general Xu Qiliang, vicepresidente de la Comisión Militar Central, lo que vendría a ser una suerte de jefe del Estado Mayor, compareció ante la Asamblea Popular Nacional de China para afirmar que una guerra con EEUU es inevitable, razón por la que es preciso aumentar el presupuesto militar para modernizar el ejército a todos los niveles y preparar al país para este escenario [Newman, Jack, «China’s top general calls for increased military spending to prepare for ‘Thucydides trap’ that will force a war with US», Daily Mail, 8 de marzo de 2021]. Ciertamente esto no desentona con lo que dicen otros mandos militares del Ejército Popular de Liberación (EPL) como el contra almirante Luo Yuan o el coronel Dai Xu, quienes plantean abiertamente acciones ofensivas contra las fuerzas navales estadounidenses [Woody, Christopher, «A Chinese admiral said his country should ‘attack’ US supercarriers with new weapons, but the US Navy is already scrambling to counter the threat», Business Insider, 7 de enero de 2019]. Sin embargo, más interesante es comprobar que Xi Jinping declaró ante el parlamento chino el pasado mes de marzo de 2023 que estaba preparándose para la guerra con la adopción de diferentes medidas político-administrativas [Pomfret, John y Matt Pottinger, «Xi Jinping Says He Is Preparing China for War: The World Should Take Him Seriously», Foreign Affairs, 29 de marzo de 2023. Hay versión en castellano]. Esto tampoco es nada nuevo, pues lleva anunciándolo desde por lo menos otoño de 2022 [Yu, Verna, «Xi Jinping tells China’s army to focus on preparation for war», The Guardian, 9 de noviembre de 2022].
Puede decirse que en el seno de la élite dirigente china se ha interiorizado la inevitabilidad de la guerra con EEUU. En cierto modo esto ya lo explicitó el coronel retirado Liu Mingfu en su famoso ensayo en el que presenta la idea del sueño chino [The China Dream: Great Power Thinking & Strategic Posture in the Post-American Era, Nueva York, CN Times Books, 2015]. Es interesante señalar que este trabajo fue publicado inicialmente en chino en 2010, y que para ello contó con la autorización del gobierno chino, además de haber sido prologado por el teniente general Liu Yazhou, yerno de Li Xiannian, tercer presidente de la República Popular China, lo que manifiesta que al menos una parte de la élite gobernante china comparte estos planteamientos desde hace bastante tiempo. No hay que olvidar que el concepto de «sueño chino» ha sido asumido por Xi Jinping como una síntesis de las aspiraciones de este Estado a nivel internacional e histórico [Singh, Prashant K., Xi Jinping’s “Chinese Dream”: China’s Renewed Foreign and Security Policy, Abingdon, Routledge, 2023. Saich, Tony, From Rebel to Ruler: One Hundred Years of the Chinese Communist Party, Cambridge, The Belknap Press, 2021, pp. 390-434]. En cualquier caso, la hipótesis de que los dirigentes chinos están decididos a, llegado el caso, librar una guerra con EEUU y con quienes se interpongan en su camino, la confirman algunos debates que se desarrollaron en ámbitos militares sobre cuestiones estratégicas tras el final de la Guerra Fría, y que contribuyeron a definir la estrategia nacional china. Estos debates fueron recogidos por Michael Pillsbury [China Debates the Future Security Environment, Washington DC, National Defense University Press, 2000], y reflejan bastante bien las aspiraciones internacionales del Estado chino, y lo problemática que a juicio de algunos llegaría a ser la relación con EEUU. Así, en una fecha tan temprana como 1994, el académico Liu Jinghua advirtió que entre 2020 y 2030 los líderes de EEUU serían conscientes del crecimiento del poder de China y el riesgo de superar a su país. Según este autor, en 2020 tanto EEUU como Europa intentarían contener el auge de China a través de la restricción del acceso al mercado de capitales y a la tecnología, la difusión de los valores occidentales y el uso del poder militar. Esto exigiría que China formase una asociación especial con Rusia para contrarrestar a EEUU y a Europa. [Liu Jinghua, «Ershi yi shiji ershi sanshi niandai Zhongguo jueqi ji waijiao zhanlue xueze» (Alternativas estratégicas diplomáticas para una China en ascenso en 2020-2030), Zhanlue yu guanli (Estrategia y gestión), Vol. 4, Nº 3, 1994, p. 119]. Las recientes sanciones a China con la prohibición de su acceso a determinadas tecnologías, como los semiconductores, unido a las delicadas relaciones que este país tiene con el mundo occidental, parecen confirmar el pronóstico que algunos analistas chinos hicieron con décadas de antelación.
La estrategia china ha pasado de centrarse en su desarrollo económico, ocultar las capacidades propias y esperar su momento, tal y como recomendó Deng Xiaoping, para, a partir de ahora, empezar a buscar resultados en la arena internacional. En este nuevo contexto se ubica el programa impulsado por Xi Jinping para un rejuvenecimiento nacional. Los documentos internos del Partido Comunista de China (PCCh), así como del EPL, junto a las declaraciones, documentos y discursos del propio Xi Jinping, indican que sus intenciones son las de convertir a China en una gran potencia mundial y transformar el orden internacional para que este se ajuste a sus propios intereses [Easton, Ian, The Final Struggle: Inside China’s Global Strategy, Manchester, Eastbridge Books, 2022]. De un modo u otro esto significa un aumento de las tensiones internacionales y del riesgo de una conflagración mundial que bien podría tener su epicentro en algún lugar del mar del Sur de China, mismamente en Taiwán.
Sin embargo, nada de lo anterior significa lo siguiente: 1) que vaya a producirse una guerra de forma inminente. Por el contrario, existe la idea extendida de que esto, en caso de suceder, podría ocurrir dentro de unos años, hacia el final de la presente década o el comienzo de la siguiente. 2) Que China aún sea una potencia en ascenso y que tenga posibilidades reales de sustituir a EEUU en la esfera internacional. Existen diferentes factores internos que limitan considerablemente las opciones de China a nivel internacional.
Además del problema de una natalidad en declive que conduce a un crecimiento demográfico negativo de China, está la cuestión de la gran burbuja inmobiliaria en la que el Estado chino se ha instalado y que se ha pinchado. China acumula una deuda interna de más del 250% del PIB que está ligada en su mayor parte a los créditos hipotecarios y a la financiación de los grandes proyectos urbanísticos de numerosas ciudades chinas [BOFIT, «Chinese debt-to-GDP ratio approaches 300 %», BOFIT, 21 de enero de 2021]. De hecho, la mayor parte de la deuda se concentra en las empresas [Jin Wu, «China’s Debt Problem», Reuters]. No es casualidad, entonces, que este sector represente un 30% del PIB, y que durante los últimos años haya sido el principal motor del crecimiento económico del país, y no tanto la fabricación y exportación de manufacturas. Por esta razón es bastante acertado el diagnóstico que a este respecto hace Zhao Yanjing, catedrático de urbanismo en la universidad de Xiamen (Fujian), al señalar la repercusión de la desaceleración inmobiliaria en el conjunto de la economía con su progresivo declive, así como en el sector financiero. Al fin y al cabo este sector constituye el núcleo del mercado de capitales chino, y su deterioro impacta negativamente en el conjunto de la economía.
La burbuja inmobiliaria ha enterrado en una montaña de deuda a las ciudades chinas y sus correspondientes administraciones [Li Yuan, «China’s Cities Are Buried in Debt, but They Keep Shoveling It On», The New York Times, 28 de marzo de 2023]. En el pasado fue una muy lucrativa fuente de ingresos para ayuntamientos, pero esto ya no es así y ahora tratan de recortar sus presupuestos todo cuanto pueden. Esto es debido a una política irresponsable en la que estas administraciones utilizaron el suelo como garantía para inversiones a gran escala, y más tarde, a partir de 2004, comenzaron a hacer licitaciones públicas con las que incentivaron la inversión inmobiliaria con fines comerciales, lo que llenó las arcas de las haciendas de muchas ciudades. Debido a una serie de intervenciones políticas del gobierno central la inversión se ha desincentivado, a lo que se suma el problema de una menor demanda derivada de los problemas demográficos y de las dificultades de financiación para acceder a una vivienda. Todo esto ha empujado al sector a una situación de crisis.
La cuestión es que una economía en mal estado implica unos menores ingresos para el Estado al descender su base tributaria, lo que afecta directamente a la financiación de su política exterior y al crecimiento de su poder militar. Si esto se une a los problemas demográficos, el envejecimiento acelerado de la sociedad china, y los previsibles problemas fiscales que todo esto generará en un futuro cada vez más próximo, las posibilidades de China en el terreno internacional son cada vez más limitadas. Asimismo, hay que tener en cuenta que a partir de 2008 China reorientó su producción nacional hacia el mercado interno debido a las malas previsiones que la crisis en los países occidentales generó en la economía internacional. El crecimiento económico fue desde entonces un fenómeno endógeno, a diferencia de los años anteriores en los que se había basado en la exportación de bienes y servicios hasta el punto de que las exportaciones representaron más del 40% del PIB. Por tanto, en China se da una peligrosa combinación de un modelo de crecimiento económico basado en la demanda de su mercado interno con unas proyecciones demográficas negativas, lo que se une a un contexto internacional desfavorable en el que el desacoplamiento de China de la economía mundial es una tendencia real. Estas condiciones dificultan seriamente que China pueda reunir los recursos necesarios con los que transformarse en una gran potencia.
Aunque China ha seguido exportando manufacturas, el ritmo del crecimiento de las importaciones ha aumentado considerablemente hasta casi igualarlo. Esto se debe al gran consumo de hidrocarburos para alimentar el tejido industrial chino, la importación de materias primas y de alimentos. La economía china ha perdido competitividad y esto explica en parte las crecientes inversiones en África durante las últimas décadas, las cuales se han producido a un ritmo espectacular. Así, entre 1980 y 2005 las inversiones chinas en África se multiplicaron por 50, lo que de media supone que cada año estas inversiones se duplicaban. Los bajos costes salariales, las condiciones ventajosas ofrecidas por los gobiernos locales, la presencia de recursos naturales necesarios para la industria china con un coste razonable, las inversiones en infraestructuras para apoyar la extracción de recursos son, entre otras, las razones que han impulsado las cada vez mayores inversiones de China, lo que le ha permitido incrementar su influencia política, económica y militar en este continente (no hay que olvidar la base militar china en Yibuti) [Young-Chan Kim (Ed.), China and Africa: A New Paradigm of Global Business, Cham, Palgrave, 2017. Ching Kwan Lee, The Specter of Global China: Politics, Labor, and Foreign Investment in Africa, Chicago, The University of Chicago Press, 2017. Yuan Sun, Irene, The Next Factory of the World: How Chinese Investment Is Reshaping Africa, Boston, Harvard Business Review Press, 2017. Michel, Serge y Michel Beuret, China en África: Pekín a la conquista del continente africano, Madrid, Alianza, 2009. Alden, Chris, Daniel Large y Ricardo Soares de Oliveira (Eds.), China Returns to Africa: A Rising Power and a Continent Embrace, Londres, Hurst, 2008. Alden, Chris, China in Africa, Londres, Zed Books, 2007. Sautman, Barry y Yan Hairong, «Friends and Interests: China’s Distinctive Links with Africa», African Studies Review, Vol. 50, Nº 3, 2007, pp. 75-114].
Ciertamente la deuda de los países africanos con China ha sido exagerada, cuando realmente esta es una más en términos agregados para el conjunto del continente. Sin embargo, la falta de transparencia de los acuerdos entre China y los países deudores ha sido motivo de controversia, especialmente cuando las refinanciaciones han conllevado algún tipo de concesión especial a China. Incluso cuando no hay un trato de favor a China en estos casos, existe una constante en todos los países que tienen estrechos lazos comerciales con el Estado chino, y esta es que terminan respaldando sus reivindicaciones políticas en la esfera internacional, especialmente en lo que respecta a cuestiones sensibles como Taiwán. Esto forma parte de la estrategia de China de extender su influencia a escala mundial con el propósito de ganar apoyos diplomáticos con los que contrarrestar la red de alianzas de EEUU. Es lo que los altos funcionarios chinos llaman una forma de ampliar el «círculo de amigos» de China [Ekman, Alice, China and the Battle of Coalitions: The “circle of friends” versus the Indo-Pacific strategy, París, EUISS, 2022].
Lo decisivo de la presencia de China en África radica en, por un lado, las consecuencias que puede acarrear en términos económicos y financieros. Esto se concreta no sólo en inversiones en infraestructuras, localización de empresas, desarrollo económico, etc., sino fundamentalmente en la transformación del comercio de estos países con la previsible adopción del yuan en sus transacciones tanto con China como con Rusia. Lo mismo cabe decir respecto a Sudamérica, donde Lula da Silva habla abiertamente de adoptar el yuan como divisa internacional en sustitución del dólar, lo que no es sorprendente dada la participación de Brasil en el Nuevo Banco de Desarrollo impulsado por Pekín en el marco de la cooperación de los países BRICS, y que está presidido por Dilma Rousseff. Esta estrategia, que se enmarca dentro del Belt and Road Initiative (BRI), está dirigida a aumentar la influencia china a escala global a través del comercio, el desarrollo de infraestructuras que lo faciliten, la inversión, y los lazos financieros que se generen a partir de todo esto. Esta línea de acción le ha permitido a China estrechar lazos con países de África, Oriente Medio y Sudamérica con el establecimiento de todo tipo de asociaciones y acuerdos.
A pesar de estas iniciativas, China no ha cambiado su estatus internacional y sigue siendo una potencia regional, aunque con influencia global. En este sentido el BRI y la nueva ruta de la seda le han dado influencia, no poder. Hay que tener presente que China es muy celosa de su interés nacional, y que sus asuntos exteriores los conduce con sumo cuidado para no dañar dicho interés, lo que conlleva mantener siempre cierta distancia respecto a los países con los que establece relaciones. Estas relaciones nunca llegan a ser tan estrechas en cuanto a cercanía y compromiso como las alianzas. Una alianza es un tipo de relación que entraña compromisos a nivel de seguridad muy grandes, pues significa acudir en defensa del aliado si este es atacado por terceros países (aunque estos acuerdos normalmente son recíprocos, pueden no serlo, tal y como ocurre con el tratado de seguridad entre Japón y EEUU, de modo que este último tiene obligaciones con el primero en caso de ser atacado, mientras que Japón no está obligado a defender a EEUU si este último es atacado). Así, China tiene innumerables socios de todo tipo a lo largo del mundo, pero ningún aliado. Mientras que EEUU tiene una extensa red de alianzas, además de asociaciones. En términos de seguridad China está más sola que EEUU, y esto limita mucho sus posibilidades de sustituir a esta potencia.
Por otro lado no hay que olvidar que diplomáticamente China tiende a identificarse con los países del llamado sur global (África, Sudamérica y sur de Asia). Esto se debe a que, al fin y al cabo, China es en última instancia un país pobre (esto lo reconocen los propios diplomáticos chinos). Aunque su PIB puede parecer impresionante con sus 17,73 billones de dólares, esta riqueza corresponde a 1.400 millones de habitantes, lo que supone un PIB per cápita de 12.500 dólares. Mientras que EEUU, con un PIB de 23,32 billones de dólares fruto de una sociedad de 332 millones de habitantes, tiene un PIB per cápita de más de 70.000 dólares (a pesar de las innegables desigualdades que existen y de las bolsas de pobreza que alberga). Las disparidades sociales en China son mayores que en ningún otro lugar (no hay que olvidar que es el país con más multimillonarios del mundo), y esto dificulta la acumulación de riqueza social que es la que permite en última instancia financiar las necesidades del Estado en su competición internacional.
En otro lugar no menos importante está el desarrollo tecnológico chino que está unido a la modernización de sus fuerzas armadas. En el Estado chino está en marcha el plan estratégico de buscar la máxima integración de la sociedad y el EPL. Esto incluye el desarrollo de tecnologías de doble uso civil y militar. Puede decirse que China está inmersa en un proceso de militarización a gran escala de su sociedad del que las leyes aprobadas a finales de 2022, dirigidas a facilitar el reclutamiento y el apoyo de las empresas chinas al EPL, son una clara prueba. En cualquier caso hay que señalar que China es muy buena copiando tecnología, e incluso mejorándola en ciertos aspectos, pero no lo es tanto innovando. De hecho, la mayor parte de los éxitos de China a nivel interno y en la esfera internacional se deben a haber adoptado innovaciones occidentales, y no a haber desarrollado sus propias innovaciones. Esto se debe a que carece de una sociedad pluralista por razones políticas, donde el Estado reprime cualquier disidencia o expresión intelectual que se aleje de las directrices ideológicas del PCCh. Una sociedad pluralista es lo que facilita la innovación y el progreso tecnológico, mientras que en China el núcleo del interés nacional es la conservación del régimen político imperante, es decir, el dominio del PCCh sobre el conjunto de la sociedad. Esto conlleva, a su vez, un dominio ideológico con un régimen de verdad, por emplear la terminología de Michel Foucault, para determinar el modo en el que debe interpretarse la realidad. Esto es una grave limitación para las posibilidades de ascenso de China, y constituye una desventaja estratégica frente a Occidente donde históricamente se ha considerado como algo positivo el libre pensamiento, la libertad de expresión y la competición entre diferentes escuelas intelectuales a través del debate, todo lo cual ha creado un contexto social favorable para la innovación.
China no puede aspirar a ser una gran potencia si antes no alcanza la hegemonía regional, que es un paso previo necesario para cambiar su estatus internacional y, dado el caso, rivalizar con EEUU por la supremacía mundial [Mearsheimer, John J., The Tragedy of Great Power Politics, Nueva York, Norton, 2014]. Para que esto ocurra requiere transformarse en una gran potencia marítima (haiyang qiangguo), objetivo que ya fue explicitado por Hu Jintao [«Full Text of Hu Jintao’s Report at 18th Party Congress», Embassy of the People’s Republic of China in Nepal, 18 de noviembre de 2012], y que Xi Jinping ha asumido. El desarrollo de una importante fuerza naval está dirigido a tomar el control de la llamada primera cadena de islas (hay una segunda cadena, e incluso otros analistas han llegado a introducir tres cadenas más que se extienden por el Pacífico y el Índico). Este concepto estratégico fue introducido por el almirante Liu Huaqing, y consiste en una línea de defensa que atraviesa Japón, las islas Senkaku, Filipinas y la mitad occidental de Indonesia, incluyendo así el Mar Amarillo, Taiwán y los mares del Este y Sur de China [Liu Huaqing, Liu Huaqing Huiyilu (Memorias de Liu Huaqing), Beijing, Jiefangjun chuban she, 2004]. De este modo China se aseguraría un colchón de seguridad que impediría que fuese atacada desde esas islas, pues el 95% de su población se concentra en las zonas costeras, al igual que su tejido productivo. Por tanto, disponer de unas fuerzas navales capaces de controlar este espacio es una prioridad máxima para establecer su propia esfera de influencia, lo que no sólo exige superioridad militar sobre las armadas de sus vecinos, sino también la capacidad de reducir la influencia estadounidense e incluso denegarle el acceso a esta región [Yoshihara, Toshi y James R. Holmes, Red Star Over the Pacific: China’s Rise and the Challenge to U.S. Maritime Strategy, Annapolis, Naval Institute Press, 2018. McDevitt, Michael A., China as a Twenty First Century Naval Power: Theory, Practice, and Implications, Annapolis, Naval Institute Press, 2020. Chan, Edward S. Y., Growing as a Sea Power: Development of China‘s Maritime Security Strategy from Deng Xiaoping to Xi Jinping (1978-2018), Sydney, University of Sydney, 2020, (Tesis doctoral). Cole, Bernard D., The Great Wall at Sea: China’s Navy in the Twenty-First Century, Annapolis, Naval Institute Press, 2010].
A nadie le pasa desapercibido que si el Estado chino controlase el mar del Sur de China, donde ya ha establecido puestos de avanzada con la construcción de bases militares y diferentes instalaciones en las islas Paracel y Spratly, podría controlar las rutas marítimas comerciales que atraviesan esta región, lo que significaría controlar la mayor parte del comercio mundial. Quedaría en una posición excepcionalmente ventajosa para controlar, a su vez, la economía de los países de la región, entre ellas la de Japón, la tercera economía del mundo. En la práctica tendría a tiro de piedra dominar el mundo. Nadie quiere eso, máxime cuando China no acepta el principio de libre navegación de los mares y trata por todos los medios de regular el tránsito marítimo en las aguas que reclama como propias, para lo cual ha aprobado diferentes leyes nacionales que contravienen la convención de las Naciones Unidas del derecho del mar. Convención que, dicho sea de paso, China firmó en 1982 y ratificó en 1996.
El entorno de seguridad de China es muy complejo. Hay en marcha una carrera de armamentos [Cave, Damien, «An Anxious Asia Arms for a War It Hopes to Prevent», The New York Times, 25 de marzo de 2023], y sus vecinos desconfían de sus intenciones. Es difícil imaginar que, con tantos factores en su contra a nivel interno y externo, China logre establecerse como potencia hegemónica a nivel regional para, finalmente, desplazar a EEUU de la posición que hoy ocupa en el escenario internacional. Esto plantea la cuestión acerca de la evolución futura del sistema internacional. Esto es difícil de determinar porque ni siquiera hay acuerdo a la hora de aclarar qué tipo de sistema existe actualmente, es decir, si estamos ante un sistema unipolar o de otro tipo en el que EEUU desempeña un papel de cierta preeminencia.
Ciertamente Rusia y China, como Estados revisionistas, tienen la multipolaridad en el horizonte de sus respectivas políticas exteriores. Sin embargo, este escenario es todavía lejano. Por el contrario, el mundo parece encaminarse hacia una suerte de bipolarismo que en algunos aspectos guarda ciertas semejanzas con el que hubo durante la Guerra Fría, pero que no será tan duro en la medida en que no impedirá la colaboración internacional en determinados asuntos. Los movimientos de China en el sur global, y el desacoplamiento internacional en la economía y la tecnología, unido al relanzamiento de las asociaciones y alianzas que EEUU tiene a lo largo del mundo para contener a China, hacen presagiar un escenario de estas características. Por lo demás, se trata de una hipótesis que ya fue avanzada hace años por académicos rusos y chinos, y que recientemente otros analistas se han encargado de desarrollar [Lukyanov, F. (ed.), «Война и мир XXI века. Международная стабильность и баланс нового типа» (Guerra y paz en el siglo XXI. Estabilidad internacional y un nuevo tipo de equilibrio), Россия в глобальной политике (Rusia en la política mundial), 10 de febrero de 2016. Íd., «Из хаоса рано или поздно прорастает порядок» (Del caos, tarde o temprano, brota el orden), Российская газета (Gazeta rusa), 20 de octubre de 2015. Karaganov, Sergei, «Год побед. Что дальше?» (Un año de victorias. ¿Y ahora qué?), Россия в глобальной политике (Rusia en la política mundial), 16 de enero de 2017. Yan Xuetong, «A Bipolar World is More Likely Than a Unipolar or Multipolar One», China-US Focus, 20 de abril de 2015. Tunsjø, Øystein, The return of bipolarity in world politics: China, the United States, and geostructural realism, Nueva York, Columbia University Press, 2019. Goldstein, Avery, «US–China Rivalry in the twenty-first century: Déjà vu and Cold War II», China International Strategy Review, Vol. 2, 2020, pp. 48-62. Cabestan, Jean-Pierre, «China’s Military Base in Djibouti: A Microcosm of China’s Growing Competition with the United States and New Bipolarity», Journal of Contemporary China, Vol. 29, Nº 125, 2020, pp. 731-747].
En cuanto a EEUU en el noroeste de África, cabe decir que la situación actual es en gran medida consecuencia de los acontecimientos ocurridos con la salida de España del Sáhara. La descolonización del Sáhara era un asunto pendiente, y el cambio de régimen dejó al Estado español en una posición de debilidad a nivel internacional que podía ser aprovechada por otros países para adueñarse de esta zona. Así que EEUU prefirió que el Sáhara terminase en manos de Marruecos y no en las de actores hostiles a su interés nacional (Argelia, Mauritania, Frente Polisario). Lo cierto es que la toma del Sáhara por Marruecos fue algo preparado desde el exterior. EEUU ya se había encargado de facilitar un acuerdo entre el sucesor de Franco y el rey de Marruecos, y del que el general de cuatro estrellas y subdirector de la CIA Vernon Walters fue el responsable, tal y como lo explica en sus propias memorias [Silent Missions, Garden City, Double Day, 1978, pp. 551-557].
Ciertamente la situación ha evolucionado desde entonces. El apoyo de EEUU a Marruecos se inscribe en las rivalidades que la potencia norteamericana mantiene con Rusia y China en este continente. En este caso persigue contrarrestar a Argelia, afín a Rusia y China, y por eso rearma a Marruecos. Pero hay que tener en cuenta que esta política de EEUU tiene relación con la normalización de las relaciones diplomáticas entre Marruecos e Israel en 2020, las cuales habían quedado interrumpidas en 2000 con motivo de la segunda intifada. Esta normalización fue en gran medida una exigencia de EEUU para reconocer la anexión marroquí del Sáhara con su plan de autonomía, y una mayor colaboración entre ambos países. Pero también está relacionada con la hostilidad que Marruecos e Israel comparten hacia Irán, sin olvidar los vínculos que históricamente han mantenido.
El papel que Marruecos pueda tener en la política de EEUU en la zona es meramente instrumental. El nivel de entendimiento que pueda desarrollar con ese régimen no es equiparable al que tiene con los países de la UE o mismamente con el Estado español, con quienes forma una alianza político-militar y mantiene una incomparable mayor cooperación a diferentes niveles. Naturalmente es lógico que Marruecos, al codearse con las fuerzas armadas estadounidenses, se envalentone y trate de materializar ciertas aspiraciones. Pero también hay que decir que el Estado español es corresponsable de este comportamiento como consecuencia de su política de apaciguamiento, especialmente en lo que respecta al reconocimiento del plan marroquí de autonomía para el Sáhara. Esto ha enviado una señal de debilidad muy potente a Marruecos, y a partir de ahora este país va a seguir apretando al Estado español para conseguir más concesiones, especialmente si encuentra algún tipo de resistencia por la parte española. Al mismo tiempo va a desarrollar operaciones dirigidas a ampliar su influencia a diferentes niveles dentro de su vecino norteño. Así que es bastante probable que los problemas con Marruecos se agraven en el futuro, especialmente si un nuevo gobierno en la Moncloa trata de revertir las decisiones tomadas por sus predecesores.
Las motivaciones del gobierno español para reconocer el plan marroquí para el Sáhara no son conocidas, pero probablemente tengan relación con la cuestión migratoria. Al fin y al cabo Marruecos ha utilizado los flujos migratorios como un instrumento de presión sobre el Estado español, pero también sobre la UE. Nada diferente de lo que Turquía o Bielorrusia hicieron en el pasado. En cualquier caso siguen siendo muchas las incógnitas en torno a este asunto. A pesar de todo, es inconcebible que Marruecos intente anexionarse las Canarias al ser territorio de la OTAN. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de Ceuta y Melilla, que son vistas como las últimas colonias europeas en África continental, las cuales no están bajo la protección de la alianza atlántica. Estas dos ciudades pueden ser objeto de importantes tensiones con el Estado español, pero nada de esto significaría necesariamente un respaldo por parte de EEUU. De hecho, EEUU históricamente ha tendido a distanciarse de los problemas fronterizos de países amigos. Esto es lo que ocurre en los mares de China donde no toma partido por ninguno de los países enfrentados, algunos de ellos aliados suyos, mientras mantiene una política de defensa del principio de libre navegación. A EEUU no le beneficia perjudicar al Estado español a costa de respaldar a Marruecos en el asunto de Ceuta y Melilla, porque Marruecos es un instrumento para contrarrestar a los socios de Rusia y China en la región.
De todas formas no puede ignorarse que el hecho de que EEUU arme a Marruecos contra Argelia, amigo de Rusia y China, tiene consecuencias negativas en la región al incrementar las tensiones, aumentar las probabilidades de desencadenar una carrera armamentística, e incluso una guerra entre Estados con la intervención de actores no estatales de diferente naturaleza. Esto perjudica al Estado español, no sólo porque Marruecos reduce su brecha militar frente a España, sino porque España también depende del gas argelino. A esto se suma la venta de armas de Israel a Marruecos, lo que contribuye a agravar la situación. Mientras que Marruecos puede aprovechar su fortalecimiento militar y su poder de negociación frente al Estado español en materia de seguridad (migración, terrorismo, etc.) para arrancarle nuevas concesiones. Aunque esto último es menos probable si las tensiones de la rivalidad entre Marruecos y Argelia escalan, con lo que el daño para el Estado español se produciría por la vía argelina en materia energética y en relación con la situación en el Sáhara. Sin duda las tensiones entre Marruecos y Argelia se propagarían hasta la costa atlántica y repercutirían en la economía española, en su seguridad energética, y en el terreno migratorio debido a la inestabilidad fronteriza. Además, habría otros efectos no predecibles a distintos niveles en función de la posición que adoptasen otros actores estatales más poderosos (EEUU, Rusia, China, Francia, etc.), además de la propia UE.
Al margen de todo lo anterior, es probable que Marruecos lleve a cabo operaciones de diferente naturaleza en la zona gris en relación con las dos ciudades autónomas. Pero también con otras posesiones insulares en el norte de África, quizá incursiones similares a la de la isla de Perejil en 2002 que, por cierto, fue un dolor de cabeza para la diplomacia estadounidense, tal y como se supo a través de Colin Powell, el secretario de Estado en aquel entonces encargado de mediar entre ambos países. Con este tipo de acciones Marruecos podría comprobar tanto la capacidad de reacción del Estado español como la naturaleza de su respuesta. Esto le permitiría plantearse qué otras acciones llevar a cabo, e ir presionando para obtener concesiones. El momento para llevar este tipo de acciones estará en gran medida condicionado por el contexto internacional, tal y como sucedió con Perejil en 2002, año en el que las tensiones mundiales en torno a Irak tenían atrapada la atención de la mayoría de países.
No hay nada predeterminado de antemano, a diferencia de lo que sugieren las tragedias griegas de Esquilo y Sófocles. Pero es innegable que las condiciones del entorno geopolítico, unido a diferentes factores internos de los actores estatales, limitan las posibilidades tanto de su comportamiento como de la evolución de los acontecimientos en la esfera internacional. Así pues, el conocimiento de dicho contexto es lo que permite a los diferentes actores elaborar sus propias estrategias y elegir su curso de acción.